Flor de santidad by Ramón María del Valle-Inclán

Flor de santidad by Ramón María del Valle-Inclán

autor:Ramón María del Valle-Inclán [Valle-Inclán, Ramón María del ]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1904-01-01T00:00:00+00:00


CAP. V. FLOR DE SAN-

TIDAD

AMANECÍA cuando la pastora, después de haber corrido todo el monte, llegaba desfallecida y llorosa al borde de una fuente. Al mismo tiempo que reconocía el paraje de su sueño, vió el cuerpo del peregrino tendido sobre la yerba. Conservaba el bordón en la diestra, sus pies descalzos parecían de cera, y bajo la guedeja penitente el rostro se perfilaba cadavérico. Adega cayó de rodillas,

—¡Dios Nuestro Señor!

Trémulas y piadosas, sus manos apartaban la guedeja llena de tierra y de sangre, pegada sobre la yerta faz que besó con amorosa devoción, llorando sobre ella:

—¡Cuerpo bendito!… ¿Dónde habéis topado con los verdugos de Jerusalén?… ¡Qué castigo tan grande habrán de tener!… ¡Y cómo ellos vos dejaron cuitado del mío querer! Un ángel bajará del cielo, y cargados de fierros los llevará por toda la Cristiandad, y no habrá parte ninguna de donde no corran á tirarles piedras… ¡Luz de mis tristes ojos!… ¡Mi señor! ¡Mi gran señor!

Sobre su cabeza, los pájaros cantaban saludando el amanecer del día. Dos cabreros madrugadores conducían sus rebaños por la falda de una loma: El humo se levantaba tenue y blanco en las aldeas distantes, y todavía más lejos levantaban sus cimas ungidas por el ámbar de la luz de los cipreses de San Clodio Mártir. Algunas aldeanas bajaban á la fuente para llenar sus cántaros, y al oír los gritos de la pastora interrogaban desde el camino, pálidas y asustadas:

—¿Qué te acontece, Adega?

Adega, arrodillada sobre la yerba, tendía los brazos desesperada sobre el cuerpo del peregrino:

—¡Mirad! ¡Mirad!

—¿Está frío?

La pastora sollozaba:

—¡Está frío como la muerte!

—¿Era algo tuyo?

—Era Dios Nuestro Señor.

Las aldeanas la miraban supersticiosas y desconfiadas. Descendían santiguándose:

—¿Qué dices, rapaza?

Adega gritaba con la boca convulsa:

—¡Era Dios Nuestro Señor! Una noche vino á dormir conmigo en el establo: Tuvimos por cama un monte de heno.

Y levantaba el rostro transfigurado, con una llama de mística lumbre en el fondo de los ojos, y las pestañas de oro guarnecidas de lágrimas. Las mujerucas volvían á santiguarse:

—¡Tú tienes el mal cativo, rapaza!

Y la rodeaban, apoyados los cántaros en las caderas, hablándose en voz baja con un murmullo milagrero y trágico. La pastora, de hinojos sobre la yerba, clamaba:

—¡Cuidade! Ya veréis cómo los verdugos han de sufrir todos los trabajos de este mundo, y al cabo han de perecer arrastrados por los caminos. ¡Y nacerán las ortigas cuando ellos pasen!…

Las mujerucas, incrédulas y cándidas, volvían á decirle:

—Pero ¿era algo tuyo?

Adega se erguía sobre las rodillas, gritando con la voz ya ronca:

—¡Era Dios Nuestro Señor!… ¿Vosotras sois capaces de negarlo? ¡Arrastradas os veréis!

Las mujeres, después de oírla, salían lentamente del corro, y mientras llenaban los cántaros en la fuente, hacían su comento, la voz asombrada y queda:

—Ese peregrino llevaba ya tiempo corriendo por estos contornos.

—¡Famoso prosero estaba!

—Y la rapaza, ¿cómo diz que era Dios Nuestro Señor?

—La rapaza tiene el mal cativo.

—¡San Clodio Glorioso, y puede ser que lo tenga!

Las mujerucas hablaban reunidas en torno de la fuente, sus rostros se espejaban temblorosos en el cristal y su coloquio parecía tener el misterio de un cuento de brujas.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.